Martín estaba tirado en mi cama. No decía nada, pero se le notaba en los ojos inyectados de sangre la amargura del llanto contenido. No habían pasado las primeras -y críticas- cuarenta y ocho horas desde que se había peleado con su noviecita emo. La herida aún ni amagaba con cicatrizar.
- ¿Y Matín? - escuché que Natalia le preguntaba a Carolina.
- Está triste, Natu - explicó en su didáctico tono de hermana mayor.
- ¿Ypoké?
- Porque se peleó con la novia.
- Ah...
Con sus pasos cortitos y veloces, Natalia cruzó el departamento y abrió su mochila de par en par. Hizo tremendo desparramo de ropa en el piso para encontrar lo que estaba buscando, mientras yo los observaba, divertido y en silencio, desde la puerta de la ínfima cocina.
- 'má, Matín - le dijo la enana a su hermano mayor, poniéndole su Ozo favorito entre los brazos.
- Gracias, Natu - contestó Martín.
Y, abrazado a Ozo, lloró por amor.