Soy un tipo conservador. Y necesitaba reponerme del shock de descubrir que Vanessa era una bostera empedernida, fanática de la bondiola con limón y los viejos discos de Los Caballeros de la Quema, que se movía de casa al trabajo y del trabajo a casa en un Ford Sierra de fines de los '80 tuneado hasta el culo con llantas Momo, tacómetros de colores y luces violeta por todos lados.
Así que la llevé a un lugar conservador: Company. Pedimos café y torta de mouse de chocolate y, por un rato -probablemente efecto del chocolate en su sistema nervioso- empezó a tener actitudes un poco más femeninas.
Me contó de la enfermedad de su mamá, de la hermanita que criaba casi como si fuera una hija y de su más o menos reciente ruptura con un motoquero grandote que "de vez en cuando me pegaba, pero cogía muy bien". Como correspondía, hice lo propio y le relaté las desventuras de mi divorcio, las ocurrencias de mi ex, los problemas con mis hijos y montones de detalles que me habían llevado a estar ahí, donde estaba, mirándola a los ojos y tratando de pensar más en su culo que en los posibles tópicos de conversación.
Como a las tres de la mañana -debo admitirlo, un poco aburrido- pagué la cuenta y la escolté hasta esa cosa psicodélica a la que ella llamaba auto.
- La pasé muy bien - dijo con una sonrisa amplia.
- Yo también - mentí descaradamente, olfateando las chances de algo de sexo ocasional.
- Pero... ¿Sabés una cosa? - dudó - Me parece que terminar la primera cita con un beso podría arruinarla.
- Está bien - me hice el comprensivo y traté de ponerle algo de encanto a la situación - Pero sabé que, en la segunda cita, no te salvás.
- Ah, no te preocupes - contestó ella, en una muestra de ingenio que me resultó por primera vez muy seductora - Yo suelo decir "te amo" en la tercera.
- Vamos bien, entonces, porque propongo casamiento en la cuarta.
Se rió con ganas. Se rió estruendosamente. Se rió como si realmente fuera chistoso. "Vos y yo vamos a llevarnos muy bien", dijo.
Y, zangoloteando las nalgas, se trepó a su Ford Sierra para perderse un minuto después en la oscuridad de la noche.