Frente a esa casa que ya no es mía vive Doña Lourdes, la curandera del barrio. Todos los años, para fin de año, organiza un ágape en su casa (un rancho inmundo, a decir verdad, donde vive una familia de quince, a cual más feo que el otro... ¡y para colmo uno de ellos sale con una de mis ex primitas políticas! ¿existe ese grado de parentesco?) en el que la visitan sus clientes.
Ni en Palermo Hollywood se ven tantos autos importados todos juntos y ni en el casamiento de Maradona se han visto tantos paquetotes con regalos que le llevan a la chantuna de esta.
Para los vecinos, lo peor de la celebración findeañera de la bruja del barrio es que una calle tranquila como la nuestra se convierte en una playa de estacionamiento donde absolutamente siempre me obstruían el garage.
Pero el último año que viví con Valeria, me tomé una delicada venganza. Como a las tres de la mañana, la vereda se había despejado un poco. Sin embargo, quedaba un reluciente BMW tapando mi acceso, aunque el resto de la cuadra -los 30 metros que separaban mi casa de la esquina- estaban libres. No lo dudé un segundo: salí a la calle y empujé sutilmente el beamer, sólo para descubrir que no estaba en cambio ni tenía el freno de mano puesto. Sin demasiado esfuerzo (y sin exagerar, no fuera cosa de activar alguna alarma), lo empujé suavecito. Y ahí se lo dejé, cruzado en mitad de una bocacalle, a la espera de que algún fletero adormilado no lo viera y se lo cortara por la mitad.
Hace unos días, tropecé con Doña Lourdes por la calle. Venía distraído y no la vi. Si no, hubiera cruzado de vereda. Pero no. Antes de que me diera cuenta, la vieja me había tomado de la mano, me miraba a los ojos y decía en su falso tono de pitonisa subdesarrollada: "Ay, querido... Yo sabía, yo sabía... El días que ustedes se casaron, había una energía negativa tan fuerte en en esa casa. Y yo lo consulté con las runas, y les tiré el tarot, y todo me hablaba de una relación tormentosa, y..."
La interrumpí. Y, a riesgo de que me echara una maldición que hiciera que no se me volviera a parar nunca más, la mandé a la puta que la parió.