020 - Hágase la luz

Debo ser un mutante. En algún lugar debo tener genes de murciélago. Es que, cuando conozco a fondo un lugar, puedo moverme en la más completa oscuridad sin chocar con nada. Durante mucho tiempo, creí que eso era normal. Pero gracias a Valeria descubrí que el bicho raro soy yo, que la gente normal necesita mucha luz para poder desplazarse.

Es muy raro que un hombre se levante a hacer pis a mitad de la noche. Pero, en las raras ocasiones en que esto sucede, lo hago en la más completa oscuridad. Y no por jactarme de mi habilidad para moverme en la penumbra, sino por una cuestión de respeto para con la compañera de cama, que seguramente está en su más profundo estado REM, soñando conque Orlando Bloom les invita una cena a la luz de las velas, y uno no quisiera andar interrumpiendo un momento tan especial.

Creo que una o dos veces en toda mi vida de casado encendí un tímido velador, angustiado por cierta dificultad para localizar mis pantuflas.

Pero no Valeria.

Ella, que se levantaba al menos tres veces por noche a liberar su vejiga -triplíquese esta cantidad durante los embarazos- prendía, en primera instancia, el velador. Alumbrada por esta luz, llegaba hasta el interruptor que encendía las luces del techo de la habitación. Mientras mis ojos de semidormido ardían enceguecidos ante la fueria de unas lámparas que, a esa hora y en ese estado, se me hacían los reflectores del hipódromo de Palermo en una tarde de carreras, ella prendía además la luz del pasillo, convirtiendo mi apacible sueño en una gran mancha blanca.

Repítase entre tres y cinco veces por noche. Acumúlense ganas de asesinar al cónyuge, durante todo el proceso.

Jamás logramos ponernos de acuerdo sobre el procedimiento correcto para ir al baño de noche sin molestar al otro. En algún momento del proceso, dudé de mi cordura, de estar chiflado por creerme alguna especie de hombre-topo. Luego, dudé de la cordura de Valeria y su maldita compulsión por iluminar el cuarto como si se tratara de un estadio de fútbol, en mitad de la madrugada.

Hoy creo que, a la larga, donde todos tienen razón, probablemente todos se equivoquen.