206 - Celularizame esta

"¡¿Por qué él sí y yo no?!". Le escuché decir la frase, siempre al borde de un llanto forzado, unas mil veces en un semestre. A mi hija Carolina se le había antojado que, porque Martín tenía celular, ella -con sólo nueve añitos- también debía tener. Y yo, como un buen padre, no tenía ni la más mínima intención de satisfacerle el capricho. Pero mi logiquísima explicación de "vos tenés nueve, él tiene trece" de poco servía ante la granítica tosudez de mi hija, que continuaba intentándolo, e intentándolo, e intentándolo.

Se supone que tanto va el cántaro a la fuente que, al final, se rompe. El mío no se rompió. Pero el cántaro que sí acabó por estallar fue el de Valeria que -quizás intentando diferenciarse de mi, o quizás porque sólo necesitaba una excusa- decidió comprarse un iPhone y cederle su viejo celular, por supuesto que sin mi consentimiento, a nuestra hija, la del medio, la rompebolas que lloró, gritó y pataleó hasta que la madre le dio un celular.

- Es una línea prepaga - le explicó la madre a la hija de manera muy didáctica - así que vas a tener que cargarla con tarjetas.
- Está bien ¿Me comprás?
- No, que te las compre tu padre.